EL MAGO
DE HITLER
Fernando
Padilla Farfán
Después de estudiar
acuciosamente la historia de Hitler, desde los tiempos previos a la segunda
guerra mundial, no es difícil deducir que Hitler, sin la cercanía de Paul
Joseph Goebbels, su poder y alcances hubieran sido evidentemente menores.
El personaje mas
inteligente y quizás el más avieso de los que formaban el circulo más íntimo de
Adolfo Hitler, fue un hombrecillo cojo, con un pie deforme, dueño de una
notable elocuencia, inventor de lo que suele entenderse y no en un sentido
benévolo, de la propaganda política moderna.
Goebbels, de
pequeña estatura, fue un talentoso para persuadir a las masas, razón por la
cual Hitler lo nombró Ministro de Propaganda desde donde logró posicionar la
imagen del fuhrer en el ánimo del pueblo Alemán. Usó mucho lo que hoy en día se conoce como el marketing social,
ensalzando muchos sentimientos de orgullo, promoviendo odios y en numerosas
ocasiones mintiendo y convenciendo a la gente de cosas muy alejadas de la
realidad.
A pesar de su
notable fealdad, era un hombre que irradiaba gran encanto personal. Era
excepcional orador y tenía un coeficiente mental extraordinario que le permitió
explotar el arte de la propaganda con un nivel de eficiencia increíble. En
apenas un par de años logró hacer de la figura de Hitler un mito ante los ojos
del pueblo alemán. Es más, logró elevarlo a nivel de divinidad. Durante la
guerra transformaba las peores derrotas militares en un aliciente moral para
seguir peleando con más fuerza contra el enemigo.
Albert Speer cuenta
de él en sus Memorias que era el principal proveedor de chistes y de
maledicencias en las tertulias privadas de Hitler en su refugio del
Obersalzberg. El führer se reía con él a mandíbula batiente hasta llorar. Por
su manera de intrigar decían que tenía una lengua viperina.
En las reuniones
políticas, era el centro de la atención por sus bromas y sentido del humor. Por
su grandilocuencia supo conquistar el corazón de las mujeres más lindas de
Alemania. En su diario anotó los nombres de más de treinta amantes.
Sabía como
movilizar las masas, intoxicarlas y ponerlas en acción. Además era un gran
trabajador.
Un dato interesante
es que Hitler nunca había sentido la menor repulsión ni el menor entusiasmo por
los judíos, pero un par de conversaciones con Goebbels le convencieron de que
había que odiarlos a muerte.
Siempre se mantuvo
leal a Hitler y cuando la derrota alemana ya era inevitable, se suicidó junto a
su mujer y sus seis hijos en una prueba del fanatismo en el que estaban
inmersos los alemanes en esos años.
Goebbels manejó sus
estrategias de propaganda en base a 11 principios, entre los que destaca el de
la transposición. Consistía en cargar sobre el adversario los propios errores o
defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas
noticias, inventa otras que las distraigan”.
Otro de los
Principios es el de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular,
adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va
dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el
esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y
su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.
“La propaganda debe limitarse a un número
pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez
desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo
concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: «Si una
mentira se repite mil veces, acaba por convertirse en verdad».
Estaba convencido
que se deben acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y
disimular las noticias que favorecen el adversario.
Recomendaba emitir
constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el
adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas
del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de
acusaciones.
Para él era
importante el control de los medios de comunicación, la prensa, la radio, la
televisión.
¿Será por eso que
más de un gobernante sueña con tener un Goebbels a su lado?
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