lunes, 26 de enero de 2015

EL MIEDO TAMBIÉN VOTA
Fernando Padilla Farfán


Aquel 27 de Marzo de 2001, a la hora en que la penumbra dibujaba la débil línea de las montañas, poco antes que la claridad llegara al valle, desde la caseta de cobro de Cuacnopalan, Oaxaca, se veía serpentear cientos de multicolores luces centelleantes como accionadas por los agudos sonidos de las sirenas de las patrullas de la policía federal de caminos, que se abrían paso en el silencio de la despoblada región, anunciando la venida del guerrillero más inocuo e institucional jamás conocido: el autollamado sub comandante Marcos.

Tal como se acordó semanas antes en el seno del Grupo para la Coordinación de las Instalaciones Estratégicas, en las instalaciones de la Policía Federal Preventiva, se planeó el recorrido del auto llamado sub comandante, conocido también como el Zapatur; que realizó por medio País, recorriendo los estados de Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Puebla, el Distrito Federal, Estado de México, Querétaro y otros más.

Observadores que se ubicaron en las casetas de peaje, en la posición de quienes cobran las cuotas a los automovilistas, observaron con el mayor detalle qué era lo que ocurría en el interior de los vehículos principalmente en el que transportaba al presunto guerrillero. Después del despliegue de una impresionante cantidad de patrullas, iban tres camionetas Suburban iguales. La última (blindada) transportaba  al rebelde Marcos quien iba sentado al lado del uniformado conductor, con la capucha puesta y la pipa en la boca. Con la mano derecha escribía algo y con la izquierda sostenía un libro.

En los asientos de atrás viajaban cinco militares jóvenes vistiendo uniformes diferentes, como representando a diversas fuerzas nacionales.

Contrario a lo que se conjeturaba, en el interior del vehículo privaba un ambiente de total camaradería: sonrisas, café, galletitas, televisión encendida y amena charla; claro, como cuidando no distraer al personaje que seguramente preparaba su pieza de oratoria que ofrecería al mundo desde Tehuacan, Pue., siguiente punto del itinerario.

Atrás de la camioneta marcha el autobús que abordaba poco antes de llegar al lugar de sus presentaciones públicas. Llamaba la atención que en la caravana viajaban pocos indígenas, la mayoría eran de grupos sociales, incluso extranjeros, que vestían trajes típicos de Chiapas y la capucha de Marcos para disfrazar su identidad.

El trato para Sebastián Guillén en aquella gira por medio País, no era el de un delincuente, ni el de un rebelde que años atrás hizo creer que podía paralizar al país entero. La obsequiosidad que privó era similar a la parafernalia de los candidatos presidenciales del PRI en sus mejores tiempos. En trayectos largos lo transportaban en helicóptero y lo hospedaban en hoteles de lujo; sin capucha –por supuesto- para pasar inadvertido.

En el momento de la insurrección zapatista, los chiapanecos no dudaban que se trataba de un montaje dirigido desde las más altas esferas del poder, que serviría para catapultar hacia la candidatura presidencial a un personaje que jugaría el papel de “Salvador de la Patria”: Manuel Camacho Solís, que desde que fungía como Jefe del Departamento del D.F., se sabía de los camiones que enviaba a los altos de Chiapas con provisiones para los “Zapatistas”.

Todos sabemos que algo pasó y que echó por tierra los planes de Salinas con Camacho. Tal vez fue el asesinato de Colosio lo que obligó a modificar los planes. Seguramente no contaron con que esa muerte llegaría a lo más hondo de los sentimientos de la gente.

De cualquier manera, aunque no fue Camacho, las elecciones federales de 1994 fueron las más copiosas de la historia moderna de México, cuyo beneficiario fue Ernesto Zedillo, candidato anodino que en otras circunstancias probablemente hubiera perdido. Analistas comentaron que la causa de esas nutridas elecciones, fue el miedo, no obstante que pronto los observadores se dieron cuenta que se trataba de una guerra pero de papel.

Aunque Marcos ha tenido por costumbre aparecerse en tiempos electorales, pareciera que por su disminuida credibilidad, como un libro viejo con las hojas al suelo; en las elecciones federales de 2009 lo sustituyó el “Elemento Influenza”; con exagerado manejo mediático y medidas extremas, más para provocar miedo que para evitar el contagio. Esperemos qué ocurre en las elecciones federales de éste 2015, en medio del miedo por la inseguridad.

miércoles, 14 de enero de 2015

TRANSPARENTAR RECURSOS A PARTIDOS
Fernando Padilla Farfán

Nadie duda que el dinero es imprescindible para hacer política, particularmente si se trata del financiamiento a organizaciones o partidos políticos. El problema es que a partir que les otorgan recursos estatales, con la idea de convertirlos en entidades autónomas, provistas de personalidad jurídica, y con funciones para que gente de la sociedad encuentre las facilidades en el camino hacia el poder; se inicia un progresivo encarecimiento de las campañas electorales, inscritas en un contexto en el cual la mercadotecnia y su parafernalia hacen que los gastos crezcan de manera exponencial, y coincidentemente, los partidos  sufren una modificación en su dinámica activista, que los lleva a convertirse en aparatos burocráticos como cualquier oficina gubernamental. Esta situación en lugar de impulsar el fortalecimiento de los partidos,  con el objetivo de erigirse en representaciones de los intereses políticos de los ciudadanos, han incurrido en  la inevitable pérdida de contacto con su militancia y sus simpatizantes.

Además que los partidos mayoritarios, por contar con mayores prerrogativas, desarrollan las habilidades necesarias para mantener su preeminencia.
Pero el desmesurado crecimiento de los aparatos partidarios, y la necesidad de mantenerlos en función permanente, significaron una abultada nómina. Este fenómeno, agregado a campañas electorales crecientemente costosas, colocó a los partidos ante la disyuntiva de tener que recaudar grandes sumas sin indagar profundamente en torno al origen de esos dineros. De esta manera se abrió el hueco para el financiamiento ilegal, el predominio de fuertes grupos económicos, el tráfico de influencias y el flagelo de las contribuciones de origen oscuro. 


Lo delicado del asunto no es que los partidos cuenten con el suficiente dinero para costear sus actividades sin preocuparse de su origen. El problema es que nadie da nada sin recibir algo a cambio, y en una relación en estas condiciones, queda establecido como un fuerte compromiso del cual habría que pagar posteriormente costosas facturas, que contravienen la transparencia  y condicionan las decisiones de los funcionarios.

Pero el asunto no para ahí. Aprovechando la coyuntura de los insuficientes recursos oficiales, quienes también se apuntan para participar en los gastos de las campañas electorales son las empresas y los empresarios, con la inocultable intención que esos apoyos se traduzcan en contratos o concesiones. El más cercano ejemplo  lo vivió México con Vicente Fox. Un año antes de que fuera nominado como candidato a la Presidencia, en el Centro Carter de Atlanta, Georgia, fundado por el Expresidente James Carter, se celebró un foro sobre el tema de "Transparencia y Crecimiento en América", en cuyo patrocinio participó la Coca Cola. La crónica del evento recoge que entre los altos funcionarios de la transnacional ahí presentes, se comentó que la empresa tenía oportunidad para colocar a uno de sus mejores hombres en la presidencia de México, por supuesto que con la intención que el producto de cola ampliara su horizonte de ventas.

Por otra parte, el financiamiento público coloca a los partidos en un ámbito de supeditación a los intereses de quienes aportan los recursos así se trate del Estado, y los enfrenta al reclamo popular por las descomunales cantidades de dinero que se les otorgan sin beneficio aparente. Hay que recordar que anteriormente, era obligación de los propios militantes de participar, mediante el pago de cuotas en el sostenimiento de sus instituciones políticas y sus campañas electorales.

Pero tampoco los Estados Unidos, la nación pretendidamente prototipo de las democracias, escapa a las sospechas de utilización ilegal de recursos en sus campañas políticas. En su momento, William J. Clinton, fue cuestionado por presuntos beneficios derivados de aportaciones de empresarios chinos. Años atrás, el Vicepresidente Spiro Agnew, durante el gobierno de Richard Nixon, tuvo que dejar el cargo ante la acusación de haber recibido ilegalmente fondos para la campaña en la que ambos fueron elegidos.

En Europa ocurrió algo similar. Sonó fuerte el caso de los diamantes que obsequió Bokassa I, emperador de un ya inexistente imperio centroafricano, al Primer Ministro Francés Valery Giscard d´Estaing, para actividades de su partido político. En Colombia, fue todo un escándalo la acusación contra su Presidente Ernesto Samper, por haber recibido fondos del narcotráfico. Y en España, Según un informe de Transparency International, los sectores más corruptos son los partidos políticos y las empresas.

En conclusión, no parece haber una fórmula de financiamiento ideal. Expertos consideran que la decisión tendría que darse de acuerdo al contexto político prevaleciente, al nivel cultural del país y al desarrollo del sistema de partidos; sin soslayar que la tendencia actual en las democracias representativas que más han madurado, es la de buscar un mayor equilibrio entre el financiamiento público y el privado, a fin de encontrar un balance entre esas formas que eviten extremos perversos. (ferpadillafarfan@gmail.com)


viernes, 2 de enero de 2015

PRIORIDAD LA PROFESIONALIZACIÓN DE LA POLÍTICA
Ing. Fernando Padilla Farfán


Urgente es que la política que se practica en México eleve su nivel. Los métodos que actualmente se emplean para hacer política están desgastados y desactualizados. Lo políticos requieren mayor preparación y profesionalización para tener un desempeño más decoroso en su actuar como servidores públicos. Innegable es que un político preparado rendirá mejores frutos a la ciudadanía, y el País tendrá un mayor nivel de competencia en relación a las naciones más desarrolladas del orbe.
Las campañas políticas, por ejemplo, actualmente se realizan con el mismo formato de hace cincuenta años que, en ocasiones, por la falta de profesionalismo en el diseño de las mismas lejos de contribuir en la proyección de los candidatos, resulta lo contrario. El discurso es muy importante en la aceptación de un político en el ánimo ciudadano. La alocución es determinante para la proyección de su imagen. Ante una sociedad más informada y globalizada, con tantos medios de comunicación a su alcance, principalmente los electrónicos, los políticos no deben depender de la improvisación, tienen que acudir a los profesionales para conseguir los elementos necesarios que contribuirán favorablemente en su desempeño.
 Al respecto, los expertos en oratoria han observado que la inmensa mayoría de los políticos mexicanos utilizan un discurso de bajo impacto porque piensan en frases que los engrandezcan, con tonos de voz altos y ademanes que los hacen sentir importantes, cuando en realidad lo que está ocurriendo es que así están marcando distancia con su público, impidiendo con ello que quienes escuchan el mensaje no se sientan identificados con el orador; al contrario: se establece cierta desconexión entre ambas partes.

Queda claro que si alguien habla bien, con la asistencia de un experto hablará mejor, partiendo de la idea que el entrenamiento le permitirá alinear mejor sus ideas para transmitirlas despertando en la audiencia el efecto requerido. Actualmente en la política el discurso es una herramienta desperdiciada. Los oradores creen que lo más importante es impresionar a la audiencia cuando lo que sucede es que lejos de transmitir un mensaje comprensible que lo entienda cualquiera, sin importar su nivel de cultura, se convierte en una sucesión de palabras y frases sin el efecto motivador deseado.

Los expertos apuntan que “No se trata de aprenderse un discurso, de fingir la voz o parecer algo que no se es, se trata de hacer un discurso que sale de lo más profundo de la persona, es algo que todos pensamos, que todos sentimos; sólo hay que poner en relación lo que se siente, lo que se piensa y lo que se dice, entonces el mensaje sale claro y la gente lo recibe bien”.
Es común que en los discursos de los políticos se observe que cuando son leídos, no despiertan la menor emoción en quienes los escuchan. Esto resulta porque son sus colaboradores quienes los elaboran con palabras o ideas que al ser leídas se escuchan llanas, sin la entonación adecuada, porque ni siquiera son estudiados previamente y en su caso corregidos. Algo similar ocurre en las campañas políticas: los discursos de los candidatos refieren temas que no representan el menor interés de los ciudadanos, con asuntos que ni siquiera son de la competencia del cargo al cual aspira.
Una campaña política con miras a obtener los mejores resultados en las urnas, debe estar enmarcada dentro de la ética, la moral y el profesionalismo. No ha sido comprobado plenamente que una campaña en la que abunden las descalificaciones haya sido provechosa para quien la aplica; aparte que el costo social siempre es muy alto. En las campañas políticas debe partirse que los otros contendientes para el mismo cargo no son enemigos, como regularmente se les clasifica, sino competidores. En un país donde la violencia es la constante, lo que menos debe ofrecérsele al elector, es una contienda electoral llena de descalificaciones e insultos. Los ciudadanos rechazan la violencia así sea verbal.

Otro aspecto que los candidatos deben calcular es que la parte principal de los discursos de campaña, deban ser los temas que durante el ejercicio de sus funciones vayan a desarrollar. A la consideración de los electores deben someter sus planes de trabajo para que los conozcan, los valoren y en las urnas, con su voto, la gente los apruebe, y una vez elegido pueda implementarlas sabiendo que cuenta con el respaldo y apoyo de los ciudadanos.
Aunque es creciente el número de políticos que contratan los servicios de consultores calificados en estos temas, el número de quienes siguen métodos tradicionales tanto en campaña como en el ejercicio de gobierno, es preocupantemente alto.
Queda claro que para que un candidato tenga buenos resultados en las urnas, debe vincular su discurso con su personalidad y sus conocimientos; buscar el punto de unión entre su oferta y los demandantes y, fundamentalmente, proyectar la confianza que a final de cuentas sería la que permitiría al elector pensar en la seguridad que una vez electo, llevaría a cabo lo que durante su campaña se comprometió realizar.
Sin embargo, los asesores profesionales deben ir más allá de las campañas políticas. Deben participar en el seguimiento de las políticas públicas que marcan el estilo de gobernar del político. Los especialistas deben coadyuvar en la implementación de los programas de gobierno. El propósito es que la gente que votó por ellos vea satisfecha su decisión de haber depositado el voto a su favor, creando un precedente de confianza para elecciones futuras que favorecería a los candidatos y a los partidos que los postulen.